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Apocalypto

Salvajismo y antropología tribal
Mel Gibson propone un fascinante viaje a la cultura maya marcado por su desarrollo como trepidante ‘thriller’ de acción, cuya intensidad aumenta progresivamente en un filme de belleza sin adulterar.

 

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Antes de su estreno estadounidense, ‘Apocalypto’, la última y controvertida película del director de ‘Braveheart’ y mito del cine comercial de los 90 Mel Gibson, ya había generado muchísima polémica. Primero, porque ser arrestado por conducir ebrio en una autopista de la costa del Pacífico, en el área de Malibú. Segundo, porque, también bajo los efectos del alcohol, al actor y director se le escapó una diatriba antisemita registrada por los ayudantes del sheriff del condado de Los Ángeles en las que señalaba a los judíos como los responsables de todas las guerras en el mundo. Por último, ante los preestrenos sudamericanos de este último filme, los comentarios orientaban sus críticas hacia un solo punto que la definieron como “sangrienta”, “adulterada” y “parcial”, lo que ha polarizado al público latinoamericano, cuyos habitantes suelen mostrar en algunas ocasiones un naturalizado patriotismo, especialmente cuando los foráneos hablan de su cultura y orígenes. También la extrema violencia de esta producción rodada íntegramente en idioma maya, ha levantado ampollas en países como Italia, centro del catolicismo e hipocresía internacional respecto a la religión y las buenas formas, donde se ha llegado a pedir a la distribuidora Eagle a invitar a las salas cinematográficas a desalentar o desaconsejar la presencia de menores de edad acompañados en las salas donde se proyecte ‘Apocalypto’.




Lejos de toda polémica, el verdadero espíritu de un filme como ‘Apocalypto’ se sitúa en la libertad a la hora de adoptar un material histórico que ningún otro cineasta estaría dispuesto a tratar dentro de una industria adulterada desde sus erróneos preceptos con los que se define el ‘cine de autor’. Gibson, como director, tiene un extraño prurito por las grandes producciones, por emprender colosales rodajes que dan rienda suelta a sus excesos, bien sean argumentales o presupuestarios.

Su empeño en centrarse en una civilización misteriosa y salvaje como la de los Maya y ambientarla como un ‘thriller’ trepidante, cuya intensidad aumenta progresivamente, fruto de la imaginería y de la pura emoción, aportan a Gibson una marginalidad casi homérica dentro del cine comercial actual. Por eso ‘Apocalypto’ es una película que no responde a ninguna independencia externa, una cinta de ‘autor’ que escapa a las pautas preconcebidas por Hollywood, eximiéndole esta actitud de cualquier atadura comercial, desafiando y provocando, infundiendo a su obra un toque romántico de libertad y fascinación.




Partiendo de esos términos, el filme se presenta como una experiencia cinematográfica insólita y extravagante, emplazada en plena decadencia de la cultura Maya, un periodo donde el hambre, las plagas y las incesantes guerras, hicieron que una de las civilizaciones más poderosas de la Época Precolombina se viera avocada al fracaso. En ese sentido, Gibson escarba en los motivos que llevaron a una sociedad de extraordinario poder a la autodestrucción, dejando a la colonización española en un lugar de privilegio ante aquella sociedad devastada. La visión de Gibson no se centra, por tanto, en la perspectiva antropológica de aquel mundo azteca, ya que combina libremente espacios, sucesos y tiempos de forma anacrónica, sino que da preeminencia a su obstinación por narrar una poderosa cinta de acción donde el frenesí y el enardecimiento de sus situaciones límite son capturadas en cada secuencia con una destreza sobresaliente, dejando que fluya en el subfondo de la historia de supervivencia, una representación social que, más allá de creencias o formas de vida antiquísimas, expone en qué medida se priorizan los intereses personales respecto a los colectivos.

Mediante la parquedad de diálogos (en versión original hablado en maya yucateco) y una estética naturalista y selvática fotografiada por Dean Semler, en la imaginería fantástica, aquella que sitúa la creencia por encima de los dogmas, es donde Gibson, junto a Farhad Safinia, ha pretendido narrar su particular visión de la tortuosa odisea de un hombre que se ve arrastrado a un viaje de terror motivado siempre por el amor a su familia, el instinto de supervivencia y el regreso a sus raíces.




Una historia en la que Gibson escapa en todo momento a la disertación existencialista, pero sin olvidar los aspectos biológicos y sociales del pueblo maya, su entorno brutal y salvaje. A pesar de las críticas negativas que apuntan al ensañamiento de la violencia por encima de las virtudes de los pobladores de aquel salvaje contexto, se da por hecho, en el momento en que se observa una sociedad organizada como la que muestra el cineasta, con sus jerarquías sociales (esclavos que excavan en las minas de piedras, comercian en mercados y tienen organigrama político) y su socialización manifiesta, que índoles como las matemáticas, la astronomía y la arquitectura, factores culturales por los que se caracterizó el pueblo maya, se complementaban con su sed de sangre, en una sociedad víctima de sus propias creencias.

De ahí, ese sacerdote en lo alto de una pirámide ofrece a Kuhkulkán el corazón de los prisioneros, mientras otro monje les corta la cabeza arrojándolas escaleras abajo, donde un gentío exaltado la recoge de forma coreográfica para posteriormente clavarla en lo alto de una pértiga. Un atroz ejercicio que simboliza la grafía tribal, donde el sacrificio humano era necesario para el equilibrio del universo que sólo es alcanzado cuando finaliza un eclipse solar sacia la sed de sangre de un pueblo atemorizado por sus dirigentes. Son los peligros de la veneración religiosa llevada al extremo, de la superstición, profundamente arraigada lo largo de la película (desde los rituales para paliar la infecundidad de uno de los protagonistas hasta la aparición de esa niña enferma que lanza un maleficio según pasan los invasores o la demostración de ‘Garra de Jaguar’ de su mimesis animal en el bosque).




El director australiano es un maestro a la hora de sistematizar en imágenes la violencia de una forma naturalista, cercana al dolor físico, capaz de atravesar el sufrimiento a través de la pantalla, como hiciera en ‘Braveheart’ y, sobre todo, en la más que fallida ‘La Pasión de Cristo’. En los filmes del director y actor australiano la violencia (sin escatimar en sangre, brutalidad y vísceras) se manifiesta en esta ocasión en un duelo donde los pueblos, a lo largo de la historia, son capaces de institucionalizar recompensas y puniciones mediante sus entidades políticas, religiosas y sociales, contra las cuales sólo existe la posibilidad proteger la propia vida y lo personal del modo que sea, como desfavorable testimonio de sacrificio e independencia, apelando con fuerza a nuestras vidas contemporáneas.

‘Apocalypto’ es una fábula visceral, de abrupta provocación y dolorosa belleza que aboga por el desagradable (pero poético) impresionismo de una acción que ofrece, de forma clara y explícita, la crueldad y falta de moral que imperaba en tiempos de relevo de civilizaciones, cuando la feroz decadencia humana se alimentaba de una y era sustituía por otra. Donde todo final es asimismo un nuevo comienzo no por ello mejor.


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